Kike me ha dado permiso para publicar en su blog mientras estoy aquí, así que voy a contar un poquito como se ve esto desde mi punto de vista.
Llegué hace dos días, la odisea aeroportuaria fue intensa y poco placentera, tras un primer vuelo eterno hasta Pekín (recomiendo el ramen en vez del arroz con verduras del menú del avión), vinieron un par de horas de inseguridad por el aeropuerto de Pekín, sin entender nada y sin tener mucha idea de qué había que hacer (a los que sigáis mis pasos: la clave del wifi te la dan en el aeropuerto en unas máquinas al meter tu pasaporte, y el control de inmigración es el del fondo del todo, que yo hice un cola innecesaria). En Pekín además hacía bastante frío, miedo me entró a que Taiwan fuese igual, pero no, al salir del avión en Taipei, ya en la eterna cola del control de inmigración, descubres que la temperatura va a ser alta y que después de 17 horas de viaje tu paciencia es bastante escasa...
¡Y llegué a aquí! Taipei es tráfico, acumulación y olores, dicho así suena peor de lo que es, porque tiene un encanto de ciudad asiática, como en las películas malas de acción. Los barrios céntricos están llenos de carteles luminosos, puestos de comida en la calle y tráfico, no solo motorizado, miles de bicicletas aparcadas y esquivándote por la acera hacen que todo parezca apresurado. Sin embargo, dentro del aspecto caótico y apabullante, la ciudad está limpia y la gente es amable. Hay que hacerse a la idea de que en todas partes, permanentemente, huele a comida china y no sorprenderse al ver personas rezando en trastiendas, cocinando en aceras, etc.
El aspecto de los edificios me encanta, pero es cierto que soy algo especial, me gustan los edificios un poco cochambrosos, con cables por fuera y aspecto antiguo y descuidado, como el de la foto...
Los primeros días he estado trabajando y recuperando horas de sueño, pero hoy por fin hemos tenido tiempo para visitar sitios y hacer turismo, ya me han estafado (Kike me echó la bronca por pagar sin regatear... tiene razón, lección aprendida!) y ya he visitado un par de lugares turísticos.
El primero ha sido el Mercado de Jade y Flores, está situado debajo del metro, si, es peculiar, algunas líneas de metro de aquí van por el exterior, levantadas sobre el nivel de la calle, éste mercado sigue una de ellas, por debajo, durante más de cuatro manzanas, está cubierto por paneles y son miles de puestos, divididos en Mercado de Artistas, Mercado de Flores y Mercado de Jade, para cuando llegas al último ya apenas tienes fuerzas para verlo todo.
Tienen muchísimos productos, principalmente plantas y jade (por supuesto), pero puedes encontrar todo tipo de objetos en madera, mascotas, joyas, elementos para el té, etc. Entre lo que más nos ha llamado la atención están los pequeños nenúfares de salón decorativos que te vendían (no sobrevivirían a una maleta, pero si no me los compraba) pensados para ponerlos en una fuente, o unos enormes cerdos-hucha bastante más agraciados que los habituales en España (en madera, Kike se sigue preguntando como sacas luego los miles de euros -o NTDs- que te caben ahí dentro).
¡Por cierto!, ¡hoy brillaba el sol! hemos pasado un calor curioso...
Tras el paseo por el mercado hemos ido al Parque Daan, que está muy cerquita de dónde tenemos el apartamento.Aquí ya es otra cosa... Alrededor hay edificios de lujo, amplias aceras y negocios caros, y por dentro es precioso, lleno de bambú y palmeras, patos, tortugas, ardillas, palomas (si, aquí también...) y gente haciendo deporte, rezando, cazando palomas (si, curioso...). ¡Y chinos haciendo fotos! No son solo así cuando están en otros países, aquí también los hay por todas partes.
Como curiosidad, algunas fotos de mis encuentros con el idioma (el resultado del uso de la lavadora parece incierto), y las costumbres culinarias (elegir en un menú ilegible, cuando sabes que puedes encontrarte cosas como las siguientes es un deporte de riesgo).
Después del parque, aprovechando que hacía buen día y que nos daba tiempo antes del anochecer hemos subido a "Elephant Mountain". Una pequeña montaña que queda casi metida en la ciudad y que te ofrece, tras un sinfín de escalones, unas bonitas vistas de la ciudad.
Lo primero que quiero señalar, es que los constructores de tan cariñosa escalera decidieron hacer al usuario más amena la experiencia, ofreciéndole cada pocos metros divertidas variaciones en tamaño, longitud y altura de los escalones, lo que hace la subida, ya dura de por sí, inquietante y agotadora, siempre con la vista puesta en el suelo y teniendo que elegir entre subir dos escalones de golpe, dar zancadas o cansar siempre la misma pierna.
Durante la subida uno puede admirar, además de los escalones, la fauna autóctona, entre la que destacan éstas maravillosas arañas de un palmo (la farola no era pequeña, es que la araña es abusiva). Kike promete haber visto una aún más grande, a mi la verdad es que con el tamaño de éstas me sobra...
(Ésta foto no es de la escalera, ¡eh!, es ya del sendero por la cima, que parece que exagero si no)
Pero quitando las arañas y la odisea de la escalera, la montaña es preciosa, llena de senderos pequeños que no sabes dónde acaban y con unas vistas increíbles. Hemos pensado volver a explorar los senderos en otro momento porque se nos había hecho de noche y si en esa montaña habitan ésas arañas (ni pensar en algo más grande o letal) no estamos muy interesados en perdernos por sus caminos.
Y hemos terminado el día cenando en un restaurante de sushi de esos que la comida va dando vueltas y uno la pesca al pasar, cada plato costaba algo menos de un euro y la verdad es que quitando alguna cosilla, que te la comes porque la has cogido, y que prefiero no pensar qué era, en general estaba muy rico. Solo nos queda aprender a no intentar comer al ritmo que avanza la cinta (al final hemos comido muy rápido).
Ya termino, intentaré publicar algo más en los próximos días, pero hoy ha sido especial, que teníamos un rato y nos hemos puesto los dos a escribir en el blog a la vez (tenéis para rato con los post de hoy).
Besos!